El nombre de Jeffrey Epstein volvió a resonar con fuerza con el documental Asquerosamente Rico (Filthy Rich en inglés) y con las revelaciones que hizo Anonymous hace algunos días. Un hombre que estaba bien conectado y que tenía una red de explotación sexual de menores, que nos hace preguntarnos si no se trata de la punta del iceberg.
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El documental de Netflix presenta a las sobrevivientes que fueron engañados para que masajearan a un “viejo rico” antes de que las enredaran en una red internacional de tráfico sexual de menores y de mujeres.
Cada desgarrador testimonio viene acompañado de culpa por haber promovido el esquema de la pirámide sexual. Con una dirección aguda y un don para provocar detalles incómodos, el director logra apagar cualquier juicio que nos pudiera hacer querer señalar a las sobrevivientes.

Jeffrey Epstein se aprovechó de mujeres que venían de hogares rotos, vulnerables y pobres que harían casi cualquier cosa para escapar de sus circunstancias. A medida que avanza Asquerosamente Rico, también lo hace la crónica del mal de Epstein. Desde la explotación de decenas de mujeres, que se informó por primera vez al FBI en 1996, hasta su manipulación de los que están en el poder, acumular riqueza y luego escapar con un manotazo, en lugar de una dura condena.
Porque eso fue lo que hizo el ex fiscal de los Estados Unidos para el Distrito Sur de Florida, Alexander Acosta, que aprobó un acuerdo de declaración de culpabilidad que permitió a Epstein seguir prácticamente libre. Acosta se convertiría más tarde en Secretario de Trabajo de los Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump.

El enfoque deliberado del director, provoca una furia e indignación por cómo los hombres blancos poderosos quedan impunes por sus crímenes. Un hombre que tenía una isla para poder dar rienda suelta a sus perversiones y cometer abusos. Peor aún es cuando las fuerzas del orden público, en este caso los oficiales del departamento de policía de Florida, se ven intimidados porque están haciendo su trabajo.
Pero, tal vez lo más perturbador, es cuando aquellos en el poder, voluntariamente se niegan a proteger a los inocentes y victimizados. Jeffrey Epstein compró su libertad con dinero y conexiones a pesar de la magnitud de sus crímenes. Cada revelación no sólo corrobora las afirmaciones de los sobrevivientes sino que además enciende la ira. Especialmente, cuando resulta inequívocamente claro que Epstein fue alentado y protegido por muchas personas ricas y poderosas, incluidos Trump y Weinstein.

Existe un valor indiscutible en dar voz a las personas que se quedaron sin voz durante la mayor parte de su vida adulta, y en dejarles explicar cómo fallaron repetidamente los sistemas que supuestamente las tenían que proteger. Les da la oportunidad de contar su historia y de que esa historia le llegue a millones de personas. Expone los horrores del abuso y lo terrible que es enfrentarse a un sistema que está diseñado para favorecer a los que pueden pagarlo.

Pero no se acerca más a desentrañar a Jeffrey Epstein, o a la sibilina figura de Ghislaine Maxwell, su mano derecha. Y no es porque importe conocer más a Epstein, sino porque tantas figuras en su círculo continúan evadiendo la atención. “Los monstruos todavía están ahí afuera, y todavía están abusando de otras personas”, dice Virgina Roberts Giuffre, uno de los víctimas de Epstein, a la cámara en los últimos instante del episodio final. “Por qué no han sido nombrados o avergonzados aún escapa mi comprensión”. ¿Por qué de hecho? ¿Y por qué no lo hicieron en Asquerosamente Rico?
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Pero lo que si logra el documental de Netflix, es garantizar que se prestará más atención a las personas que se beneficiaron sustancialmente de sus conexiones con Jeffrey Epstein mientras estaba vivo, y que no deberían disfrutar del lujo del silencio después de su muerte. Sobre todo porque podrían seguir haciendo mucho daño. O porque el mal que hacen los hombres puede que sea peor de lo que podemos imaginar. Eso es lo que es asquerosamente perturbador.