En 2003, cuando estudiaba en una secundaria privada y religiosa, me enseñaron que el aborto era un crimen: una acción comparable con el robo o el narcomenudeo, algo que solo hacían las personas de clases bajas. Solo las mujeres ‘fáciles’, las que se acostaban con cualquiera, las que no estaban casadas. Esto último dicho con un tufillo de desprecio por la maestra de Biología. ¡De Biología!
Nos pasaron una película mexicana, noventera, en la que una chica queda embarazada y decide abortar de forma clandestina. Probablemente con un gancho. Al día siguiente, cuando su madre va a despertarla para ir a la prepa, la encuentra inconsciente, bañada en sangre bajo las sábanas de su cama.

Entonces yo creía que ésa era la única forma de interrumpir el embarazo: que todos los abortos implicaban lesiones uterinas, esterilidad, riesgo de muerte. Y, si el asunto era elegir entre ejercer una maternidad no deseada o morir, en realidad no había mucho de dónde escoger.
Ésa fue mi única lección sobre el aborto, junto con un par de clases en las que aprendimos cómo poner un condón y repasamos una breve lista de enfermedades de transmisión sexual: clamidia, gonorrea, sífilis, VPH y VIH como si fueran la misma cosa, como si sus consecuencias fueran las mismas y se contagiaran todas igual.
Ahora sé que la interrupción del embarazo puede practicarse de forma segura. Que la OMS recomienda el uso del Misoprostol para abortar hasta la semana 12. Que la mayoría de las mujeres que abortan no se sienten arrepentidas, sino aliviadas. Que los métodos anticonceptivos no son infalibles y sí, a veces fallan. Que los fetos, embriones y blastocistos aún no tienen desarrollado el sistema nervioso, por lo que no sienten dolor y es imposible que lloren o griten como el video ‘de la piernita’ nos quiso hacer creer.

Ahora sé que hay opciones más allá de maternidad o muerte.
Mis dos embarazos fueron deseados. Ejercí mi derecho a decidir. Sin embargo, así supe que la maternidad implica un esfuerzo físico y mental que ninguna mujer debería ser obligada a soportar.
Es muy probable que en un país como Argentina, con gobernantes conservadores, se apruebe el aborto por cualquier causal hasta la semana 14. Esto no significa que más mujeres argentinas van a correr a la clínica más cercana para interrumpir su embarazo impulsivamente, sino que muchísimas menos morirán por recurrir a abortos clandestinos e inseguros.
En México, todavía existen miles de mujeres que no tienen garantizado ese derecho: las que pueden, viajan a la Ciudad de México. Las que no cuentan con el apoyo ni los recursos para hacerlo, abortan solas y con medios a su alcance. Muchas mueren en el proceso.
El movimiento argentino nos ha inspirado para hacer lo mismo en estos lares: muy pronto, cuando menos se lo esperen, los pañuelos verdes inundarán cada rincón de este país. Porque la maternidad será libre y voluntaria, o no será.
Por Gaby Castillo (@gabyzombie)