Tras la balacera que se desató ayer en Culiacán, Sinaloa por la detención y posterior liberación del hijo de ‘El Chapo’ Guzmán, Ovidio Guzmán López, me pregunto ¿la narcocultura es en parte responsable del narcotráfico? ¿si la narcocultura desapareciera, lo haría también el narco?
También te recomendamos: Lo que se sabe acerca de la balacera en Culiacán
Me pregunto esto porque, luego del terror vivido ayer en Culiacán, las redes pasaron por un hilo de conversación muy curioso que después del susto, el rumor y las confirmaciones, terminó por puntualizar que lo sucedido podría deberse a la romantización de la narcocultura.

¿Es la narcocultura culpable de lo ocurrido ayer en Culiacán?
Esa es la principal pregunta que nace de esa conversación enorme vertida en Twitter por miles de usuarios.
En realidad no puedo responderlo tajantemente, pues creo que este tema tiene muchas aristas. Aunque a algunos pueda parecerles que es fácil hacer un juicio sobre lo que los ojos de miles vieron a través de redes sobre la balacera en Culiacán, debo reconocer que no es fácil encontrar respuesta pero sí preguntas.

Una de ellas es ésta y quisiera que en conjunto pudiéramos responderla, porque quizá el problema es más grande que la capital de Sinaloa, que lo que vimos en videos o de lo que ha comunicado el gobierno.
La narcocultura
La narcocultura es entendida como un fenómeno social que, desde los setenta, ha retratado en corridos, santos, altares, narcoseries y videos, aquellas ‘hazañas’ de quienes mueven la droga. Se ha entendido también como una especie de lenguaje o ideal de vida asociado al poder, al enriquecimiento, al acceso a mujeres, bienes materiales y reconocimiento.
Ésta comenzó como una manera de retratar lo que era el mundo del narco, pero al final termina siendo una interpretación, un imaginario colectivo, pues se basa en narrativas populares.

Según América Becerra en su ‘Investigación sobre la narcocultura como objeto de estudio en México’, la narcocultura parte de las historias y versiones disponibles que hay sobre el narcotráfico y se ha construido un conocimiento popular que a su vez ha ido cambiando por las nuevas narrativas o historias asociadas al narcotráfico.
El glamour, el dinero, la imagen de los narcos y las mujeres, la vida ostentosa, carros del año y ese tipo de imagen que tenemos de lo que es el narcotráfico o sus ‘beneficios’ también tiene otra cara que a la mayoría se nos olvida mirar: lo social.

Algo hay entre todos esos tuits culpando a la narcocultura que nadie mencionó o aceptó, no como culpa pero sí como parte de una responsabilidad compartida: que hay mucho más de una persona o situación qué culpar.
Aunque en la actualidad la narcocultura ha romantizado lo que hay detrás de esa imagen ostentosa y glorificada del narcotráfico, como crimen, violencia, abuso, engaño y un problema de salud pública e incluso político, ésta podría no ser la responsable del narcotráfico, sino una parte de esas aristas que a veces parecen ser el conjunto de una red extensa que nadie ha llegado a desenmarañar.
¿La narcocultura es el problema?
Y cuando digo nadie, es nadie. Para remitirme a las pruebas está lo dicho por el presidente: “tomaron decisiones (el gabinete de seguridad) que yo avalo porque se tornó muy difícil la situación y estaban en riesgo muchos ciudadanos, muchas personas, muchos seres humanos y se decidió proteger la vida de las personas porque no se trata de masacres, ya eso ya se terminó. No puede valer más la captura de un delincuente que las vidas de las personas“, mencionó López Obrador en su mañanera de este viernes 18 de octubre.
Dicho eso, habría que replantearse la pregunta que guía este texto y considerar lo siguiente: en un país donde ‘detener a un delincuente no es más importante que salvar la vida de las personas’, ¿es en realidad la narcocultura el problema?
Ahora, si la narcocultura desapareciera, ¿lo haría el narcotráfico? Creo que no. La industria del narcotráfico, como la nombra la académica Ainhoa Vásquez, especialista en narcocultura, es una industria muy difícil de controlar.

Aun si la narcocultura dejara de existir, quedaría la violencia, los muertos, las ejecuciones, las historias, los rumores, los sicarios, los enfrentamientos. ¿Por qué? Porque el tráfico de drogas y la narcocultura parecen ser una sola cosa pero esta última es el síntoma de lo que cuenta el pueblo.
Por ende, si se deja de hablar o proliferar la narcocultura, quizá estemos a ‘salvo’ pensando que el narcotráfico también acabó pero no es así. No escuchar más narco corridos o lograr que se dejen de producir series sobre el narco podría ser tomado como un tipo de victoria pero a medias.
¿Hay solución?
El narcotráfico y la narcocultura necesitan combatirse con una mezcla de antídotos para contrarrestar una enfermedad que por años ha sido diagnosticada como incurable pero que puede serlo.
Así, como si fuera receta médica, me atrevería a decir que la narcocultura necesita ser atacada con cultura, con concientización, con un poco de disposición propia de entender que, el culpable no es sólo el gobierno, sino todo aquel que ensalza esta cultura basada en violencia, muertes y balaceras detrás de una fachada de glamour.
Por otra parte, aunque para combatir el narcotráfico pareciera no haber antídoto que sirva porque así lo han demostrado hechos como la guerra contra el narco de Calderón, los escapes de El Chapo de cárceles de máxima seguridad y la reciente liberación de uno de sus hijos ante una estrategia improvisada o mal planeada, creo que hay esperanza ante este ‘mal’.

Quizá uno de los principales antídotos contra el narco sean estrategias de seguridad bien coordinadas, planes de acción ante emergencias como la de Culiacán, entender que las organizaciones criminales como lo es el Cártel de Sinaloa deben combatirse con algo más que una detención inesperada o mal dimensionada, dejar de justificar la liberación de criminales, corruptos y frenar ese mensaje de que la captura de un delincuente y resguardar la seguridad de la población no es posible como una acción conjunta.
También deberían dejarse de lado los discursos morales que disfrazan la problemática y relegan la responsabilidad a un ente que al parecer a nadie protege. Ni a la población de ser atacada, ni a los sicarios de morir en un enfrentamiento, ni a los ‘jefes’ de grupos criminales de ser detenidos, de morir o de ser liberados, ni al gobierno de México de quedar ante su pueblo y el mundo como un país gobernado, sí, pero por el narco, que al parecer ayer jueves 17 de octubre demostró que supera no sólo en número, sino en organización, acción y despliegue al mismo ejército que se supone protege este territorio.

Con eso en mente, me queda decir que no, la narcocultura no es el problema total del narcotráfico y éste no desaparecerá si lo hace la primera. Y, no, al parecer no hay una receta o fórmula acertada que acabe con esta industria de un día para otro, pero sí toda una chamba enorme qué hacer para combatirla de la mejor manera.
Quizá sea la legalización de las drogas, quizá se crea que puede resolverse con un discurso moral, acusando a los delincuentes con sus madres porque se están portando mal o construyendo conciliaciones basadas en un discurso que pretende no ser una ‘guerra’ contra el narco pero tampoco muestra resultados confiables. Sin embargo, con lo visto en estos últimos años me atrevo a decir que nadie, todavía, tiene la respuesta correcta.