Me parece que la realidad en México es demasiado distópica como para hablar de ella de manera realista. Cómo decir que en 2014 desaparecieron a 43 estudiantes por tomar unos camiones. Cómo explicar que hay tantos asesinados en Jalisco, que el gobierno tuvo que comprar un camión refrigerante, ya que no hay espacio en los contenedores oficiales. Cómo hablar de lo que no está, de las desapariciones. Decía Perlongher “no hay cadáveres”… ¿entonces qué queda?
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Queda el miedo, el hastío, la búsqueda. Como una piedra creando oleadas en el agua, aun cuando ésta desaparece continúan los ecos. Actualmente hay cerca de 40 mil 180 ecos.
El Comisionado Nacional de Búsqueda, Roberto Cabrera Alfaro, afirmó que hay 40 mil 180 desaparecidos y 36 mil 708 muertos sin identificar. Tantos ecos, tanto silencio. Tantos “arrestos, detenciones y secuestros que privan de la libertad“. Tantas acciones “obra de agentes del Estado“. Tanta autorización del estado coludido. Tanto ocultamiento. Tantas, tantas, tantas mentiras.
El término –y la práctica– se empezó a usar en dictaduras para generar terror. El trabajo de Rosario Ibarra de Piedra muestra que, en México, las desapariciones forzadas comenzaron desde la Guerra Sucia en el país. El número nunca es fidedigno, ¿cómo contabilizar lo que no se puede contar? Entre 2016 y 2019 se han registrado 3 mil 024 fosas clandestinas en territorio nacional.
La búsqueda continúa. Una búsqueda sin Estado, pues no hay confianza en la institución que causó las desapariciones en primer lugar. Ésta se realiza principalmente por mujeres. Sea porque se tiende a asociar a las mujeres con los cuidados, sea para continuar la tradición griega impuesta por Antígona, sea porque alguien tiene que hacerlo y nadie más lo hace.
Isabel Zapata comenta sobre la aparente contradicción entre el espacio privado y público. Pues aun cuando grupos de búsqueda como Las Rastreadoras y Solecito son internacionalmente reconocidas, el Sistema de la Comisión de Búsqueda de Personas se presentó en Tabasco sin una sola mujer presente. Esto a pesar de que la titular de la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas sea una mujer: Karla Quintana Osuna.
Palas, picos, rastrillos, cernidores de arena, cubetas y machetes se utilizan en el proceso de búsqueda. Sin embargo la herramienta que más llama la atención es la varilla T de hierro. No pasa desapercibida la posible asociación con una cruz en este artefacto que se clava en el suelo, para reconocer tierra levantada, olores o sangre. La búsqueda es un proceso sensorial, por si no fuera suficiente la carga emocional que implica.
El proceso de búsqueda es un trabajo agotador. Es buscar al otro, cuidar su recuerdo. Implica también un autocuidado, la persona que busca tiene que seguir buscando pues si ella no lo hace, ¿entonces quién? Y, además, implica un cuidado de los demás: seguir haciendo la comida, seguir aportando al hogar, seguir trabajando. Una desaparición forzada es distinta a una muerte porque en ésta no hay cierre, no hay tumba a la cual llevar flores, no hay ataúd al cual llorarle, no hay final. Minerva Bello Guerrero, madre de Everardo Rodríguez Bello, murió el 4 de febrero de 2018 sin saber el destino de su hijo, un estudiante de Ayotzinapa.
El eco continúa. Por lo menos resuena en este texto. En los lectores. En las posibilidades.