Esto no es Berlín es la última película de Hari Sama, cinta que nos muestra quizá el último episodio de contracultura en México: los años ochenta. ¿Más allá de la nostalgia qué significó este periodo para el país?
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Los mexicanos vivimos de la nostalgia, eso podemos constatarlo mediante las conjugaciones del lenguaje o nuestra eterna aprehensión con ciertas épocas y corrientes artísticas que tal vez no experimentamos.
Por ello no resulta extraño que tengamos que morir todas las noches en lugares como el Centro de Salud, El Real Under, Uta, el extinto Dada X, la casi muerta Terminal, El Marra que podrían entenderse como ecos de lugares como el Hip 70 o El Nueve, lugares en los que la cultura LGBTTTIQ+ y el post punk redefinieran una nueva generación de músicos, artistas y crearán espacios de respeto y tolerancia en un país en el que imperaban problemas como la inflación y la represión juvenil y estudiantil.
Posiblemente los años ochenta trajeron consigo la extraña comunión entre el escenario artístico y social europeo, soviético y el mexicano. El mundo se encontraba ante las fronteras de la industrialización y los rezagos del “no hay futuro” impuesto por la cultura punk y las vanguardias artísticas. Sin duda, las expectativas del porvenir se encarnaron mediante la fusión de la música y las artes escénicas.
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¿Qué queda de esa escena? Tal vez una influencia que como generación nos ayude a romper nuestras propias barreras tanto sociales como artísticas, mientras tanto, podemos seguir viviendo de esta especie de nostalgia rara mediante la película Esto no es Berlín de Hari Sama.
Esto no es Berlín es una cinta cuyo guion fue escrito por Hari Sama, Rodrigo Ordoñez y Max Zunino que durante 115 minutos nos presenta un coming age ubicado en la época del underground de los años 80 entre los límites de la Ciudad de México y el Estado de México.

Carlos es un jovencito de 17 años cuyos intereses poco rebasan la robótica, las pláticas con su tío y pasar las tardes al lado de Gera, su mejor amigo y otro grupo de chicos que aman pelearse con las prepas aledañas a la suya.
La cotidianidad de ambos se rompe el día que Carlos arregla un sintetizador de la banda de Rita, hermana de Gera y obsesión de Carlos. Ella a cambio del favor los lleva hacia El Aztec un bar en el que convergían algunos grupos del colectivo LGBTTTIQ+ y la comunidad artística como pintores, fotógrafos y músicos. Este encuentro entre dos mundos lleva tanto a Carlos como a Gera en una búsqueda de identidad ante un mundo que colapsa y uno que nace.

Hari Sama ha declarado en diversas entrevistas que esta cinta refleja la escena que él vivió durante su adolescencia: la búsqueda tanto de una identidad de género como una percepción artística en un México lleno de represión.
¿Pero logró retratar tanto la época como este viaje en la búsqueda de identidad? Si hablamos acerca de la construcción de los años 80 como un escenario, podemos referir que sí.
Tanto los colores como la ambientación en cada uno de los escenarios o locaciones logran mostrar un país, sobre todo en las escenas que muestran el centro, que comenzaba a erigirse, lejos del glamour y la diversidad que vemos hoy, en ese entonces podíamos encontrar espacios en ruinas en los que la cultura encontró suelo fértil para crecer.

La película está llena de guiños que refieren tanto a lugares como presentaciones musicales y escénicas que el director consideró fundamentales de la época. El mismo bar Aztec puede ser eco de El Nueve o El Hip 70.
También se hace alusión a La Quiñonera, un espacio cultural radicado en Coyoacán que fue una especie de semillero para la comunidad artística mexicana. Fotógrafos, músicos, cineastas teatreros, artistas plásticos y escritores reclamaron los espacios públicos para crear.
Tal vez en ello radica uno de los pilares de la cinta, pues Hari Sama pasó del sentimiento de nostalgia para retratar la importancia cultural y social que esta época tuvo. Las artes plásticas, escénicas y musicales se ligaban de manera estrecha y se presentaban de forma contestataria contra la represión social y política, por ello, los espacios de la comunidad LGBTTTIQ+ fueron idóneos para albergar este movimiento.

En palabras de Sama, era necesario que la cinta reflejara una postura más política y radical por parte de la comunidad artística reflejada. Por ello, en los diversos performances que aparecen en la cinta observamos la critica de la sociedad mexicana que mediante el machismo trataba de ocultar a la comunidad LGBTTTIQ+, recluyéndola a lugares oscuros como el Aztec.
Carlos y Gera conocen a un grupo de artistas y activistas que enfocan sus obras en el rechazo a la academia cuadrada, a la sociedad heterosexual y al olvido de las personas que contraían enfermedades de transmisión sexual como el SIDA, en suma a la contracultura.
“Si bien la lucha política no había tenido exactamente esa cualidad, digamos porque esos ochenta no habían sido tan post modernos o políticos como tal. Me di cuenta que era importante hacerlo y que este grupo de la película, el grupo de la ficción tenía que tener una voz política importante en relación a la identidad y en relación al género…Fui volviendo los performances más significativos en ese sentido”. (vía: Cineteca Nacional)
Los escenarios también ayudan a hacer más clara esta contraposición del mundo tan cuadrado y cotidiano reflejado en escenarios con luz y silencio, de las noches vibrantes y llenas de ruido, violencia y estridencia.
Lugares en los que las normas de identidad de género, orientación sexual pasan desapercibidas. recordemos cuando Gera le pregunta a Rita si ese es un bar gay y ella responde es un bar de todas las cosas…
Otro tema que se ve entre velas es el de la llegada tanto del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) y el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). Aunque los personajes enuncian que algunos artistas han muerto por la enfermedad, no se internan en ello. Podríamos ver esto como un error o como reflejo del terror y el velo en que se mantenía la enfermedad.
Si son fanáticos de la música electrónica y el post punk podrán ver referencias de la escena musical que comenzaba a surgir en el país. Personajes como Illy Bleeding, Carlos Robledo. Bandas míticas como Size, Capitan Pijama, Casino Shangai, María Bonita o posteriormente Década Dos le mostraron a México que con una caja de ritmos se podía desafiar la forma de crear ritmos y estéticas sonoras, sí, sin la necesidad de una batería.
Escena que, posteriormente, daría paso al Rock en tu idioma, traducido en bandas como La Catañeda, Caifanes; etc.
Esto no es Berlín nos acerca a lo que críticos y músicos de la escena como Mateo Lafontaine consideran la última contracultura. El último periodo en que las barreras tanto sociales como artísticas y sexuales fueron rotas. Puede que esto no sea cierto si pensamos en los movimientos feministas, transfeministas y LGBTTTIQ+ que siguen combatiendo los estándares tanto genéricos como culturales que se nos han impuesto.
