La reciente alza en el salario mínimo ha disparado comentarios de todo tipo: desde aquellos que dicen que no alcanza para nada, hasta otros que, como el candidato presidencial Pedro Ferriz de Con, creen que la medida es una política que promueve la “mediocridad” al no “exigirle” más a los trabajadores.

Desde 1917 (sí: 100 años), el salario mínimo es una figura legal en México. Está en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 123 (referente a los derechos laborales), fracción VI y se blindó de cualquier reducción o embargo en la VIII. Según la Constitución, el salario mínimo tiene que ser suficiente:

“para satisfacer las necesidades normales de la vida del obrero, su educación y sus placeres honestos, considerándolo como jefe de familia” (Vía: Conasami)

México venía de un sistema prácticamente esclavista: la redacción de una legislación que defendiera un ingreso suficiente para los trabajadores del campo y la industria no sólo era una deuda de la Revolución, sino uno de los primeros pasos para desarticular el sistema porfirista.

Desde entonces, la fracción VI del artículo 123 ha sido objeto de constantes cambios: la creación de la Comisión Nacional de Salario Mínimo (Conasami), los juegos de poder que diversos sindicatos, partidos y políticos han hecho de su aumento (o del bloqueo del mismo)… Todo ha dejado la ley constitucional casi como una lista de buenos deseos, pero, no por ello, han cancelado una victoria laboral.

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La falacia del mérito

Lo que Ferriz de Con y otros tantos proponen es, llanamente, un sistema meritocrático: basar el crecimiento laboral, la seguridad económica y social a partir de los resultados en el trabajo, el “esfuerzo” y el “echarle ganas”.

Estados Unidos, a partir de la década de 1980, construyó un discurso económico, político y social sobre la base de la “meritocracia”. Para algunos críticos, el discurso meritocrático buscaba hacer a un lado las diferencias innatas al sistema social y político estadounidense en pos de “centrarse” en los resultados de un mundo “posracial” y “posgénero”: el mérito (pensado como una suma entre habilidades y esfuerzo) sería, en esa sociedad ideal, la única medida de la valía de una persona. (Vía: Beyond Black & White, Manning Marable)

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Si todos comenzaran desde el mismo lugar, si todos tuvieran frente a ellos el mismo camino, entonces la meritocracia tendría toda la razón de ser: no habría otra tara con la cual medir el desempeño de los trabajadores que con su propio trabajo, es decir, contra ellos mismos.

Sin embargo, la realidad es otra: sigue existiendo discriminación racial y de género, los esfuerzos no se miden de la misma manera y los datos de instituciones internacionales lo confirman.

El “mérito” y las “capacidades personales” son el argumento detrás del que muchas empresas (y organismos de gobierno) se escudan para no trazar y desarrollar programas de diversidad y equidad. La razón, dicen, es que la única medida con la que reclutan y mantienen a sus empleados es su productividad, ingenio o propuestas  y no si pertenecen a una minoría. (Vía: Jacobin)

Explicación simplista: diferencias entre igualdad y equidad
Explicación simplista: diferencias entre igualdad y equidad

El argumento se cae a pedazos cuando se contextualizan esos “méritos”: los números de deserción escolar, inequidad de trabajo y oportunidades, incluso de alojamiento son obstáculos a los que la gran mayoría de los hombres blancos de clase media simplemente no experimentan en su vida cotidiana.

Según un estudio de Emilio J. Castilla, profesor del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), los programas de “mérito”, en los que se paga de acuerdo “a lo trabajado” simplemente reflejan las inequidades inherentes al sistema: minorías raciales, nacionales y mujeres siguen recibiendo menos pago, aún cuando trabajan lo mismo, son calificados de la misma manera y realizan las mismas funciones. (Vía: The Atlantic)

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Según Chris Hayes, periodista estadounidense autor de The Twilight of the Elites, este mismo sistema en el que se mide todo a partir de producción descontextualizada simplemente produce mecanismos de competencia que erosionan el sistema y lo cancelan. Como la educación (con sistemas de evaluación semejantes a los que se propusieron en México con la Reforma Educativa), deportes como el baseball y las finanzas, se generan las condiciones para que los individuos quieran “engañar” al sistema reproduciéndolo: ya sean corrupción, drogas o fraude. (Vía: Jacobin)

https://twitter.com/CUBONoticiasMX/status/933444134374920192

¿Por qué conservar, entonces, el salario mínimo?

El salario mínimo en México, aunque sea una medida de ficción que no respeta lo estipulado en la Constitución, es una base desde la cual y sobre la cual podemos discutir, justamente, cuál es la medida para “una vida decente”. Sin un “piso” que, legalmente, obligue a las empresas a tener un sueldo mínimo para contratar a sus empleados, no habrá “méritos” suficientes que permitan a un gran porcentaje de la población vivir decentemente.

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Si algo queda claro con los tuits de Pedro Ferriz de Con es que su “independencia” no es sinónimo de un pensamiento progresista ni de propuestas que, de verdad, tomen en cuenta a las capas más desatendidas de la sociedad mexicana.

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