El proceso de nominación de Brett Kavanaugh para la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos se supondría que sería fácil: sería una votación sencilla, disputada en medios porque Kavanaugh sería la segunda nominación de Trump al máximo tribunal estadounidense, la mayoría republicana ganaría y en unas cuantas semanas, Kavanaugh tendría un empleo de por vida.

El problema fue que a los pocos días y conforme han pasado las semanas, se han sumado acusaciones graves de agresiones sexuales por al menos tres mujeres. Los señalamientos van desde principios de los ochenta, cuando cursaba la preparatoria, hasta una agresión en 1998. Kavanaugh ha negado una y otra vez estos señalamientos. (Vía: Washington Post)

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El día de hoy, finalmente, la doctora Christine Blasey Ford, la primera presunta víctima de Kavanaugh, compareció frente al comité judicial del Senado. Luego de investigaciones periodísticas, conferencias de prensa y un debate en medios y redes sociales sobre agresiones y denuncias, la declaración de la doctora Blasey Ford giró siempre alrededor de su “deber cívico” de hacer pública su experiencia a pesar de no querer estar ahí, incluso a pesar de estar “aterrada” de estar frente al comité.

Los señalamientos de la doctora Blasey Ford fueron cuestionados desde el principio, cuando la senadora demócrata Dianne Feinstein hizo pública la carta que la doctora Blasey hizo de su conocimiento su denuncia: ¿por qué no denunciar cuando ocurrió, a principios de los 80?, ¿ella no había tomado también en esa fiesta?, ¿cuál es la motivación política detrás?, ¿ahora todas las acusaciones son creíbles por #MeToo?

Christine Blasey Ford en comparecencia en el Senado
Christine Blasey Ford en comparecencia en el Senado (Imagen: WP)

El testimonio de Blasey Ford, antes de iniciar los cuestionamientos del comité del Senado, es poderosa y es una historia común para las miles de sobrevivientes de agresiones sexuales: para las que han denunciado, para las que no han podido, para quienes son cuestionadas constantemente sobre “siquiera ocurrió”:

“Creí que iba a violarme. Traté de gritar para que alguien me ayudara, cuando lo hice, Brett puso su mano en mi boca para que no lo siguiera haciendo” […]  “Eso fue lo que más aterró y es lo que dejó un mayor impacto en mi vida. Fue difícil respirar y llegué a pensar que Brett iba a matarme, aún como accidente.” […] “No quise decirle nada a mis padres: cómo yo, de 15 años, estuve en una casa sin padres presentes, tomando cerveza y conviviendo con chicos,” […] “Traté de convencerme de que Brett no me violó, de que podría continuar con mi vida si pretendía que no pasó nada“. […] “Mi motivación de hacerlo público es demostrar que las acciones del señor Kavanaugh han dañado mi vida, para que, entonces, ustedes tomen en consideración mi experiencia para cómo proceder con su nominación; no es mi responsabilidad determinar si él merece o no estar en la Suprema Corte. Mi responsabilidad es la verdad”. (Vía: Vox)

https://twitter.com/JessicaValenti/status/1045352163923439616?s=19

La declaración de Christine Blasey Ford no fue un juicio, como tampoco los cuestionamientos a Brett Kavanaugh, porque no se trata de un juicio, sino de una audiencia para determinar si Kavanaugh tiene el “carácter moral” para formar parte del máximo tribunal estadounidense.

Sin embargo, la opinión pública (y las preguntas de los senadores republicanos) se convirtió en un juicio contra Blasey Ford, que recibió amenazas de muerte desde el primer momento en el que se hicieron públicos sus señalamientos. (Vía: Bussiness Insider)

Al menos otras dos mujeres también han hecho declaraciones semejantes contra Kavanaugh, incluso más comprometedoras: exhibición, acoso y hasta complicidad para dar drogas o demasiado alcohol a mujeres y violarlas en fiestas de la universidad. (Vía: The Guardian)

Sin embargo, la nominación de Kavanaugh sigue y él sigue negando terminantemente cada una de las acusaciones. Dice no recordar mucho de la época pero que nada de eso pasó. Ha dado entrevistas a medios ultraconservadores, como Fox y Breitbart, ha presentado un calendario que, dice, guardaba de esas épocas e incluso fue apoyado por Donald Trump en una conferencia de prensa que fue todo menos de apoyo.

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Ésta no es la primera vez que ocurre un caso semejante. En 1991, cuando Clarence Thomas fue nominado a la Suprema Corte de Justicia por George Bush padre, se hicieron públicas las acusaciones de acoso y agresión sexual de una asistente de su despacho legal, Anita Hill.

Entonces, la comparecencia de la profesora Hill se convirtió también en un escándalo nacional y, aunque ya han pasado casi 28 años, las preguntas que se le hicieron a la víctima de acoso no cambiaron mucho a las que se le hicieron a Blasey Ford: ¿cómo es que ella infirió que Thomas quería tener sexo con ella si sólo la invitaba a salir?, ¿por qué le ofendía que le enseñara videos pornográficos?, ¿qué tiene de malo que le describiera su pene?, ¿cuál es su intención final o su agenda política?

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Ni Hill ni Blasey Ford estaban en un juicio, sin embargo fueron condenadas por una opinión pública y un Senado que se niega a entender, con 28 años de diferencia, que la violencia de género, que el acoso y las agresiones sexuales son graves, dejan cicatrices de por vida y, deberían, de impedir que alguien llegue a un puesto de por vida en el mayor tribunal de los Estados Unidos.

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