Parecía un ojo de agua en el desierto y un montón de gente con sed. Cerca de las dos de la tarde la gasolina brotaba como una fuente de una toma clandestina, en medio de un campo de alfalfa en Tlahuelilpan, Hidalgo. Los pobladores se amontonaban para formar zanjas y luego pequeños pozos para tomar el combustible. Horas después, los cuerpos se convirtieron en antorchas que corrían en la negrura. El ducto de Pemex había explotado.
Las labores de identificación de cuerpos continúan en el lugar de la explosión que cobró alrededor de 100 vidas, cifra que sigue creciendo. Tlahuelilpan, Tezontepec, Tula, Achichilco y otros pueblos, tienen una larga relación con la gasolina, pero sobre todo con los otros muertos que ha dejado el huachicoleo en Hidalgo.

Llegamos a Tezontepec dos días antes de la explosión; un pueblo rico en agua y actividad agrícola a ocho kilómetros de Tlahuelilpan, con más de 11 mil habitantes, más de la mitad en situación de pobreza. Hay niños en las calles y ancianos en las plazas, por lo menos hasta que se oscurece y los huachicoleros salen a ordeñar.
El Oso y Archi son nuestros guías. El primero dice que cuando esto empezó fue el mismo personal de Pemex quienes abrían las tomas clandestinas. “Tiempo después eran tantas las tomas que mandaban a hacer los buenos de acá, que mejor aprendieron el procedimiento y ya ellos solos las hacían”, me cuenta mientras conduce en dirección al panteón municipal de Mangas en Tezontepec.

“Ya te dije que no te voy a contar nada porque aquí matan”, me reclamó el sepulturero, a su lado un adolescente mantenía fija la mirada en un candado que cortaba con una segueta. El panteón de Mangas estaba acordonado, hace una semana un enfrentamiento entre huachicoleros dejó cuatro muertos, uno de ellos era el velador.
“Acá está caliente el pedo, mejor muevanse”, nos conminó el viejo. Insistimos hasta que su compañero refunfuñando nos acompañó a las tumbas. “Uno quedó pegado al altar de su amigo, allá quedó otro y más allá los otros dos”. La sangre ya estaba seca y tenía cal encima para que no apestara.

Estos cuatro asesinatos son parte de los 45 homicidios que se han registrado desde enero del 2018 a la fecha en el surponiente de Hidalgo, todos relacionados a enfrentamientos entre bandas de huachicoleros, informó el secretario de Seguridad Pública Fermín Hernández.
En 2017 todo se salió de control. Tezontepec, Tlahuelilpan y otros poblados fueron sacudidos por los disturbios que vinieron después de los gasolinazos. Hubo robo a tiendas y saqueos a comercios. Los pobladores tomaron una gasolinera y secuestraron dos pipas, para servirse combustible libremente. “Las gasolineras estaban a punto de declararse en quiebra y las que no, te vendían menos del litro y desde ese momento todos prefirieron empezar a comprar el huachicol”, asegura El Oso.
“Aquí curiosamente el Ejército, la Marina, ni la Policía se atreve a entrar y las veces que han entrado, pues han salido mal”.
Archi siempre está alerta. Sabe que cualquiera de los que conduce una de las motos que hemos visto circular sobre la carretera, podría ser un “halconcito”. Cualquier persona que pueda manejar un teléfono, ya sea un niño o un anciano, puede servir para alertar sobre la presencia de intrusos (policías, militares u otras bandas).

La paga elimina escrúpulos: aquellos que ganaban 100 pesos al día en el campo por “llevarse una friega”, ahora ganan entre 500 y 600 pesos diarios por trabajar como halcones de los huachicoleros. El Oso no los culpa, entiende que cualquier persona en su sano juicio querría ganar más de 100 pesos al día. “Esos cabrones lo que hicieron es lucrar con la necesidad y la pobreza de esta gente”.
Aquí hay ductos por todos lados con postes que dicen “No excavar”. Los avisos se extienden a lo largo de un camino llamado, irónicamente, Petróleos Mexicanos. “En un día podían mover 10 mil o 20 mil litros, en un día”, me cuenta Archi. Estamos sobre la carretera Tula-Tepetitlán, rumbo a Santa Ana, un pueblo que se encuentra entre Tlahuelilpan y Tezontepec, y en el que casi todos se dedican al huachicoleo o se benefician de esta actividad.


“Aquí podías lo mismo preguntar en una tienda, una carnicería y todos se dedican a lo mismo, es un secreto a voces. Aquí curiosamente el Ejército, la Marina, ni la Policía se atreve a entrar y las veces que han entrado, pues han salido mal”, dice El Oso y luego me muestra en su celular la fotografía de un militar ensangrentado.
“Aquí el pueblo no se deja intimidar por nadie”, dice Archi. El 13 de enero pasado, luego de una persecución entre huachicoleros y el Ejército, que realizaba un operativo para vigilar ductos de hidrocarburo, un militar disparó contra un poblador de Santa Ana y lo mató. Un grupo de 200 pobladores enardecidos retuvo a tres militares y amenazaron con quemarlos vivos. Luego de varias horas fueron liberados con la promesa de ser puestos a disposición.
“Ese cuate no te manda un calentón, te manda a matar”, dice El Oso. Archi duda demasiado antes de confesar el nombre: “Le dicen La Parka”.
Los huachicoleros se ganaron a la población matando a los narcos. En los últimos años algunos cárteles de la droga intentaron entrar a estos poblados. “Los huachicoleros se dieron a la tarea de ubicar a estas personas y pues darles un escarmiento o en su momento desaparecerlos”, me cuenta Archi.

Hay un nombre que a nuestros dos guías les da miedo pronunciar. “Ese cuate no te manda un calentón, te manda a matar”, dice El Oso. Archi duda demasiado antes de confesar el nombre: “Le dicen La Parka”.
Solo unas horas después de la explosión, Julio César Zúñiga Cruz, alias La Parka, fue asesinado cuando conducía sobre la carretera Tlahuelilpan-Mixquihuala. Los impactos de alto calibre que traía en el cuerpo y que quedaron incrustados en su auto, hacen suponer que fue un ajuste de cuentas. Zúñiga era el líder de una de las bandas que se dedican a extraer gasolina en Tezontepec, Valle del Mezquital y Tlahuelilpan.

Cuando Archi se despidió se veía pensativo. Llegamos a la estación de autobuses, bajó de su carro y antes de soltarme la mano, me dijo: “En la Ciudad de México se quejan por no usar sus carros, pero acá están los muertos de todo lo que ustedes consumen”.
Por Miguel J. Crespo (@MiguelJCrespo)