Franz Kafka, una vida tan extraña como su obra
La literatura contemporánea no sería misma sin la obra de Kafka

Un día como hoy, hace 133 años nace Franz Kafka. Stanley Kubrick afirmaba que, la mayoría de las personas que hablan de lo “kafkiano”, seguramente no habían leído su obra. Ese es el destino de muchos autores que dominan el imaginario popular, como Karl Marx o Sigmund Freud, ser citados sin ser entendidos. La literatura contemporánea no sería misma sin la obra de Kafka. Ha sido una gran influencia para autores de la talla de Albert Camus y Jorge Luis Borges.
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Las narraciones kafkianas tienen un atractivo peculiar; transmiten una sensación de desesperación. La angustia característica de sus personajes se refleja en su escritura; es parte sustancial de la experiencia moderna de desarraigo. De algún modo, todos podemos sentirnos identificados, su lectura nos evoca experiencias cotidianas. La extrañeza de los relatos es un símil de la vida contemporanea.
Kafka es considerado una de las grandes plumas de la literatura checa, sin embargo, toda su obra fue escrita en alemán. Nace en Praga, actual capital de la República Checa. Sin embargo, en esa época, era la segunda ciudad más importante del Imperio Austro-Húngaro. Él no se identificaba con los movimientos checos separatistas. Es particularmente notorio que su obra haya sido prohibida en su propia nación durante la época soviética.
De hecho, su padre elige su nombre de pila en honor de Franz Josef I, emperador austriaco. El padre, por sus tendencias asimilacioncistas, aspiraba a que su hijo formara parte de la corte imperial, y pensó que le sería más sencillo con este nombre, a uno que sonara más judío. Inicialmente, quería estudiar química, sin embargo la dejó al poco tiempo; más tarde, intentaría filología germánica e historia del arte. Finalmente, estudiaría Derecho, por presión de su padre.
Uno de sus temas recurrentes es la burocracia, como en El proceso, El castillo o La colonia penitenciaria. Pareciera que hablaba de funcionarios medievales que desconocen la racionalidad moderna. Pero, su inspiración es vivencial. En los tiempos en los que trabajó en una compañía de seguros conoció todas estas aberraciones administrativas.
Sin duda, su personalidad obsesiva se revela en la forma de su escritura. Kafka acostumbraba masticar 30 veces sus alimentos, antes de poder tragarlos. Sólo así, podemos entender que en tan sólo una noche haya escrito La condena, su primera novela corta.
Los horrores descritos en sus narraciones, en los que los funcionarios gubernamentales están dispuestos a sacrificar vidas gustosamente, parecieran anticipar a los campos de exterminio nazi. Sin conocer el nazismo, entendió que era un peligro de la época y no sólo de una ideología política. Una de las ironías tan características de su vida sería que sus tres hermanas morirían en uno de los campos de concentración creados por los nazis.
Walter Benjamin, uno de los críticos literarios más importante del siglo XX, señalaría que la genialidad de Kafka se debía a que había encontrado el nervio cómico de las sagradas escrituras. A pesar de provenir de una familia judía, no fue practicante. Pero, al final de su vida simpatizó con el sionismo.
El jasidismo, un movimiento judío que se originó en Europa oriental el siglo XVIII, fue una de sus influencias más importantes. Imitando la estructura de los cuentos jasídicos, sus narraciones tienen múltiples interpretaciones. En la filosofía, por ejemplo, la metáfora de Ante la ley ha inspirado miles de páginas.
Tal vez no haya mejor forma de comprender lo “kafkiano” que su propia vida. Kafka se comprometió varias ocasiones, pero nunca se casó. La última ocasión que contrajo compromiso fue con Dora Diamant, unos pocos días antes de morir de tuberculosis. Kafka decidió dejar de comer carne después de una visita a un acuario. Se acercó a los peces para anunciarles que por fin podía mirarlos en paz, ya que nunca volvería a comer uno de ellos.
No se puede dejar de lado que muy pocas fueron las obras que se publicaron durante vida. Muchos de sus biógrafos insisten en que era muy exigente, por ello quemó más del 90% de su producción. En su testamento, Kafka dejó toda su obra a su amigo y editor, Max Brod, con la condición de que la destruyera. Como podemos cotejar, para nuestra fortuna, Brod no cumplió sus deseos.