Stephen Hawking: ¿cómo un ñoñazo es ícono de la cultura pop?

La muerte de Stephen Hawking tomó por sorpresa a todo mundo. Su estado de salud nunca fue precisamente bueno, pero a los ojos de todos, era un humano que había trascendido la barrera corporal, la jaula de la carne, y estaba encima de todo; nos resultaba inmortal a pesar de su condición, que era un recordatorio latente de que su humanidad era frágil, pero su voz robótica nos hacían ignorarlo.

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A diferencia de Carl Sagan y Neil Degrasse Tyson, Hawking tenía un estatus de figura inviolable, no precisamente amable, sino trascendental de ser el poseedor de todo el conocimiento, incluso del que no es digno de compartirse a los impuros. Su papel no fue el de un facilitador de su pensamiento, sino de un contenedor infinito de los secretos del universo; un oráculo en silla de ruedas que era más cercano a un cyborg que a un profesor buena onda.

Todo esto, junto a su sentido del humor ácido e irónico, lo convirtió en un ícono para todos los que lo leyeron y también para los que no; también para los que sabían que no le entenderían y para los que pretendían hacerlo. Su huella, además de estar incrustada en la ciencia (el campo donde de verdad tiene relevancia su nombre y su trabajo), logró colarse a la cultura popular, esa de los mortales que no se ponen a teorizar de hoyos negros (bueno, no en serio).

Su mito se convirtió en su realidad. Un sujeto tras una computadora, venciendo su humanidad a través de su entendimiento superior del universo, ese punto desconocido que nos gustaría entender, pero evidentemente no somos él y es mejor verlo a través de sus ojos, que se movían de un lado a otro en su computadora para hablar dependiendo solo de sí mismo, que era ciertamente su computadora, su intelecto concentrado en sus herramientas, no en su falible humanidad.

Stephen Hawking: ¿cómo un ñoñazo es un ícono de la cultura pop?

Verlo en shows animados, series de televisión, películas o representado en canciones era regresar a su mito, condensar la idea de que era más que cualquiera, pero entender que, como todos, compartía los miedos de una niña de los suburbios, y hacía ver que las ideas de un borracho que cree que el universo es una dona son válidas, entendibles e, incluso, posibles.

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Esa es, precisamente, la razón de que fuera tan referenciado. Él no se asumía como un ser superior, era simplemente un engrane más de la compleja máquina universal, pero para todos era un engrane seminal, sin el cual la máquina nos absorbería de manera trágica, dejándonos en el vacío del desconocimiento, una premisa impensable para el género humano.

Por ello no sorprende que sus libros fueran vendidos como cualquiera de un escritor de sagas juveniles (o de bestsellers de terror), aunque fueran de teorías de física cuántica, cosa que suena a ciencia ficción y que es más complejo de lo que se escucha, y de lo que se le asignan los shows de entretenimiento con risas grabadas (sí, te estamos hablando a ti Big Bang Theory).

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Aunque puede que la razón más grande de toda su popularidad, al margen de parecer el gran adivino universal que salió de una universidad y no de un circo, fue su humor. Satirizarse era otra razón para admirarlo. ¿Cómo la mente más brillante y enigmática del mundo podía burlarse de sí mismo? La broma retoma una situación y la lleva al ridículo para poder confrontarla con la abrumante realidad.

Reflexionar sobre el universo con temas tan terrenales como One Direction (de verdad lo hizo, no es mentira) era una necedad propia de compartir su conocimiento sin necesidad de decirle al mundo “no lo entenderían”. Compartir era más importante que solo administrar sus vacilaciones como recursos invaluables de la humanidad. (Vía: ABC)

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Vale más admitir que logró, siendo un ñoñazo, tener al mundo en su palma, girando a su alrededor como una excentricidad astronómica. Sin embargo, no decidió por esto asir al mundo de una mano, sino llevarlo a caminar para buscar entender, juntos, que la vida está fluyendo y que poco importa que en este universo sea algo, porque en cualquier otro eres cualquier posibilidad que puedas imaginar.

Amicus Humani Generis