La industria de la moda es un monstruo extraño. Todos somos conscientes de las miles de fábricas que emplean a niños en países como Bangladesh e India, de las pésimas condiciones laborales de las maquilas en Juárez o la nula protección ambiental que muchas empresas aprovechan para reducir costos en una industria que depende de la producción rápida y barata para un mercado que nunca se detiene. Si eso ocurre en la producción, en el diseño de esas prendas también hay casos de plagio, de copias e “inspiraciones” que no hay forma de justificar.
En 2015, la diseñadora francesa Isabel Marat se enfrentó a la comunidad mixe de Santa María Tlahuitoltepec, Oax., pues varias prendas de su colección primavera-verano de ese año eran copias exactas de los huipiles que las mujeres de la comunidad utilizan a diario. El plagio de Marat trajo a discusión varios conflictos que han ocurrido a lo largo de los años con las comunidades indígenas: apropiación cultural, explotación indirecta… Lo que las mujeres de Sta. María Tlahutoltepec reclamaban era no sólo que sus motivos tradicionales entraran en el circuito del mercado sin el reconocimiento no a ellas, sino a la comunidad; también, y sobre todo, era cómo un proceso industrial eliminaba por completo algo que tradicionalmente construye comunidad: el tejido y bordado se tiene que hacer en conjunto, se tiene que aprender de alguien, de todas, los lazos que construyen a la nación mixe están y corren por entre esos mismos hilos de bordado, y toda esa historia, toda esa colaboración y agencia no existe en una prenda “diseñada” por Marat, aún cuando sean exactamente la misma prenda.
Casi dos años después, con el asunto entre el pueblo mixe y Marat llevado a cortes y “solucionado” (hasta donde fue posible) por una declaración de Marat y el reconocimiento de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO del bordado mixe, ahora, otra comunidad oaxaqueña se enfrenta a una compañía transnacional que, también, ha robado sus diseños. (Vía: Vogue)
La comunidad de San Juan Bautista Tlacoatzintepec, de mayoría chinanteca, ha tratado de hacer público el robo de sus patrones de bordado por la compañía española Intropia. El plagio es evidente y, hasta el momento, la transnacional aún no ha hecho comentario, a pesar de que medios locales y varios digitales lo han denunciado. (Vía: Hufftington Post)
Como ocurrió en el caso de Marat y la comunidad mixe, la denuncia no va tanto hacia una remuneración económica por el uso comercial de sus bordados, sino el reconocimiento de la falta de sensibilidad y de la apropiación cultural que, como ha ocurrido por cientos de años, da la autoría del arte no a quienes llevan años laborándolo, desarrollándolo y creando, sino a quien lleva lo mismo a un terreno “legítimo”: una pasarela, una revista de moda o una página de internet.