Un revés para Uber y toda la “share economy”
Un juzgado laboral inglés determinó que los choferes de Uber no son contratistas independientes, sino que deben de ser considerados empleados de la empresa californiana, lo que podría tener consecuencias directas para toda la "shared economy" mundial.
El concepto bajo el que fue creado Uber es simple: una aplicación que conecta a alguien que necesita transportarse con alguien que pueda ofrecérselo. El acuerdo parece sencillo y sin complicaciones, pues en ciudades como la de México, en las que el sistema de transporte público está rebasado, un servicio accesible y una forma más de “autoempleo” siempre serán bienvenidas.
La idea es tan simple, que Uber entró a decenas de países y a centenares de ciudades antes de que nadie pudiera tener tiempo para pensar siquiera si el plan de negocios detrás de esa idea era tan inocente como se decía ser, o si, incluso, usuarios, choferes y en general la ciudad completa se beneficia en el panorama general con la entrada de una aplicación que, en teoría, lo “único” que hace es eliminar intermediarios entre la oferta y la demanda.
La resistencia a esta aplicación y a otras semejantes inició con los taxistas: prácticamente en todas las ciudades en las que entraban, los taxistas establecidos presentaban una oposición fuerte, y pronto fueron apareciendo casos de ataques sexuales y robos por parte de los choferes de Uber.
Para quienes manejan los autos, el escenario tampoco es amable: las restricciones y exigencias que les impone Uber (referentes a su disponibilidad, al rating con el que son calificados por los usarios, o que los gastos de mantenimiento de sus vehículos y “agüitas” tienen que salir de su propio dinero) son decisiones unilaterales en las que no tienen ninguna opinión ni capacidad de negociación, a pesar de que la misma empresa se oferta como oportunidad de “auto-empleo”. Esta contradicción llegó a los tribunales en Londres, donde un par de choferes demandaron a la empresa basada en San Francisco, California, para que sea obligada a reconocerlos como sus empleados y no como contratistas independientes.
Tras un análisis de los términos bajo los que James Farrar y Yaseen Aslam -representando en su proceso a casi una veintena de demandantes- utilizaban Uber, el London Employment Tribunal decidió dictaminar que, dados los argumentos de la empresa, que “se basan en ficciones, lenguaje enredado e incluso terminología inventada por ellos mismos”, resultaba “por lo menos ridícula” la misma plataforma de negocios, por “la idea de que Uber sea un mosaico de más de 30 mil pequeños negocios unidos por una interfaz.” (vía: The Guardian)
Uber siempre se ha defendido de ataques legales y de la opinión pública al decir que cada uno de sus choferes es, en realidad, un “jefe de sí mismo”; sin embargo, la corte londinense determinó que, mientras la empresa sea la que impone tarifas, rutas, e incluso la que decida (sin posibilidad de negociación, diálogo o contrademanda) terminar la relación con él, el chofer es un empleado de Uber y no un contratista independiente.
La decisión del juzgado inglés podría tener un efecto dominó por toda la “shared economy”, es decir, las aplicaciones semejantes a Uber que utilizan argumentos semejantes para no nombrar como empleados a quienes realizan el “trabajo de a pie”, por lo menos en el Reino Unido, van a tener que cambiar sus políticas laborales si esperan salir libres de demandas. (vía: The Guardian)
Sí, el concepto con el que operan Uber, Rappi o Airbnb resulta atractivo, práctico e incluso necesario en ciudades como en las que vivimos, pero también es necesario tomar un tiempo para pensar si tal como se presentan, operan.