Jayden Perez, de 10 años, estaba escondido en un salón contiguo escuchando cómo sus amigos estaban siendo asesinados cuando Salvador Ramos, que ni siquiera le duplicaba la edad, entró a la Escuela Primaria Robb en Uvalde, Texas, el pasado 24 de mayo y abrió fuego.

Jayden le contó a la cadena de televisión CNN que estaba en su salón cuando comenzaron a escucharse los disparos. Jayden platicó que ya los habían entrenado en caso de que algo como esto llegara a suceder, así que su maestra cerró la puerta y les ordenó a todos que se escondieran y guardaran silencio.

“Fue muy aterrador porque nunca pensé que eso iba a pasar”, expresó el niño para la televisión a las afueras de su escuela.

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Memorial de las víctimas de la Escuela Primaria Robb | Foto: Patricia Vélez

La entrevista a Jayden es desgarradora mientras la cámara lo sigue y dice quiénes eran sus amigos observando las cruces en el memorial de los 19 niños que fueron asesinados esa mañana. “Básicamente todos ellos”. dijo.

“Nunca sabes cuándo puedes perder a alguien cercano a ti”, mencionó.

Y sin dudarlo agregó que jamás quiere volver a clases después de lo que sucedió. “No quiero tener nada que ver con otro tiroteo o conmigo en la escuela”, expresó. “Sé que podría volver a suceder, probablemente”, agregó.

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Jayden escribiendo un mensaje a uno de sus amigos | Foto: Patricia Vélez

El caso de Jayden es solo una de las tantas secuelas que la masacre en Uvalde, el peor tiroteo en una escuela en la historia de Estados Unidos desde la matanza de Sandy Hook de 2012, ha dejado en los niños que sobrevivieron al ataque. Esa misma noche, Miah, de 11 años, que sobrevivió porque fingió estar muerta frente al tirador, sufrió un ataque de pánico y le pidió a su padre que se armara porque “[el pistolero] va a venir a buscarnos”.

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