Miren, ya todos sabemos que Pérez-Reverte es ese tío que te presentó a Pink Floyd cuando tenías once y lo admirabas pero, con el paso del tiempo, te diste cuenta que nunca dejó de ser ese tío que comparaba todo, absolutamente todo, con Pink FLoyd y, hoy, te da entre hueva, asco y risa. Sin embargo, a diferencia de ese tío, Pérez-Reverte, tristemente, sigue siendo noticia con sus berrinches.
Esta vez, todo comenzó con la nueva vicepresidenta española, Carmen Calvo. La vicepresidenta le pidió a la Real Academia Española “un informe que determine si la Constitución [española, claro] refleja por igual la realidad de hombres y mujeres”. (Vía: El País)
Esto fue todo, por mi parte. Lo que demuestra que, si los idiotas volaran, en este país viviríamos a la sombra. pic.twitter.com/lGBBtBadJA
— Arturo Pérez-Reverte (@perezreverte) July 12, 2018
No sabemos si el berrinche de Pérez-Reverte es porque una mujer esté en una posición de poder o porque se piense que es momento de revisar la Constitución española, pero en un pequeñito tuit insinuó que, de haber cambios en la Constitución, él renunciaría a su puesto de número de la Real Academia. Sólo nos queda esperar que no haga un Esquinca.
Toda esta historia es, de fondo, una discusión de Facebook entre un necio y un terco: el informe que pidió Calvo, feminista de vieja escuela española, será realizado por la Real Academia Española, una institución anquilosada y con la misma autoridad sobre el lenguaje que un prefecto en tu secundaria.
Nadie convencerá a nadie y, más bien, es una pérdida de tiempo porque los dos bandos saben, de antemano, que no lograrán convencer al otro de su punto de vista.
Si Calvo o el gobierno español decidiera emprender un cambio constitucional por el lenguaje sexista sería algo meramente cosmético que rebasaría cualquier análisis de la RAE; por otro lado, si se ejerciera la voluntad política para un cambio así, por lo menos lo que pudiera hacerse, de paso, sería equiparar y soportar legalmente derechos entre hombres y mujeres.
Así que sí, Pérez-Reverte no está haciendo otra cosa más que un berrinche ante un cambio que es más pragmático y político (y cosmético) que gramatical. Le diríamos que se sentara, pero, la verdad, hasta es divertido.