Una de las cosas que distinguen a la democracia de otros sistemas políticos de orden autoritario o totalitario es la división de poderes. Esto quiere decir que, en democracia, el ejercicio del poder no está detentado por una sola persona, sino que mediante los ordenamientos jurídicos reguladores del sistema, el poder es distribuido de cierta forma para que la toma de decisiones no recaiga en la mera voluntad individual de algún actor, sino en diversas instituciones con distintas atribuciones para operar dentro del sistema. Para decirlo con Max Weber, el sistema democrático moderno puede entenderse como expresión del tipo de dominación racional, el cual “descansa en la creencia en la legalidad de ordenaciones estatuidas y de los derechos de mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer la autoridad (autoridad legal).”
En ese sentido, podríamos decir que el sistema democrático opera a partir de pesos y contrapesos en constante tensión, cuyo poder está instituido a partir de las estructuras legales que fragmentan y dividen al poder. De tal manera, en dicho sistema político no existe un “rol” que pueda ser categorizado como omnipotente frente a otros, por lo que los grupos investidos de cierto poder institucional se ven forzados a apelar al diálogo y a la negociación con otros grupos políticos para poder impulsar su propia agenda y sus propios intereses.
El poder de las sociedades altamente diferenciadas funciona como medio de comunicación socialmente generalizado, esto quiere decir que por un lado es un medio de intercambio. Para decirlo con T. Parsons, es un medio que, como el dinero, se gasta y se transfiere. Por otro lado es un medio sistémicamente normalizado, por lo que las cadenas de acción con referencia al poder tienen invariablemente contrapesos y resistencias dentro del sistema político.
El sistema político estadounidense, ha instituido la división de poderes dentro de su forma de gobierno, de ahí que sea importante también poner atención al proceso electoral en términos de la distribución que obtendrá el poder legislativo. Dicho seguimiento cambiaría totalmente la perspectiva que se tienen hasta ahora la cual es producto del peso dado en la observación de la campaña presidencial y de las propuestas y promesas de cada candidato.
Observar la distribución del congreso sería observar las posibilidades respecto a los campos de acción que tiene cada candidato presidencial para poder maniobrar dentro del sistema. Asimismo nos daría una visión mucho más amplia sobre las relaciones y los intercambios de poder puestos en juego en el sistema. Sobre esos contrapesos entre gobierno y oposición que obligan al diálogo y la negociación para generar gobernabilidad; en otras palabras, no se trata solamente de observar lo que Trump o Clinton propongan o prometan discursivamente, sino de las posibilidades que tienen para poder operar significativamente dentro del sistema en su conjunto, y esas posibilidades están dadas por la forma en que se distribuya el poder legislativo.
Pero hablemos un poco del poder legislativo en Estados Unidos. El congreso está dividido en dos cámaras con competencias totalmente distintas, por una parte la Cámara de Senadores (cámara alta), la cual está compuesta de dos senadores por estado (100 senadores), de los cuales un tercio se renueva cada dos años. Por otra parte tenemos la Cámara de Representantes (cámara baja), compuesta por 435 legisladores electos por distritos, es decir, por representación proporcional según la población de cada distrito.
Actualmente, el Partido Republicano tiene el control de ambas cámaras. En el senado superan a los demócratas por 10 escaños, es decir tienen 54 senadores frente a 44 demócratas; por otra parte, en la Cámara de Representantes los republicanos tienen 246 escaños frente a 186 de los demócratas. Este dominio republicano en el Congreso significó un contrapeso muy fuerte hacia el ejecutivo representado por Barack Obama del partido demócrata. De ahí que este tuviera tan pocos márgenes de acción en su gobierno.
Recordemos que en las elecciones de Estados Unidos no solo se votará para elegir presidente, sino también miembros del Congreso, lo cual podría cambiar totalmente el panorama a como lo pensamos hasta el momento. Según el sitio de apuestas predictit.org hay una probabilidad del 63% de que el Partido Republicano pierda el control en el Senado. Contrariamente señalan que hay una probabilidad del 93% de que los republicanos conserven la Cámara de Representantes, es decir hasta ahora el Congreso quedará dividido entre ambos partidos, sin que uno tenga la mayoría absoluta en alguna cámara.
Observando este escenario, el candidato que llegue a presidente no podrá maniobrar libremente, tendrá que negociar con la oposición, lo que implicaría rediseñar su agenda y su programa de gobierno hacia uno mucho más viable en términos de la agenda de la oposición. Aquí se comprueba que una cosa son las campañas presidenciales, compuestas mucho más del espectáculo de la retórica, referente a cuestiones emocionales de las convenciones, los mítines y las confrontaciones entre candidatos; y otra cosa es la viabilidad respecto a la posibilidad de lo que podría ser un gobierno, tomando en cuenta los límites institucionales y legales que tendrían los candidatos como representantes del ejecutivo.