El pasado lunes, el gobierno mexicano firmó su adhesión a la “Coalición de la Felicidad”, un acuerdo con nombre cursi que parece sacado de un libro de Gaby Vargas. Junto con los gobiernos de Costa Rica, Portugal, Eslovenia y Kazajistán (que tienen números de “felicidad” semejantes al de México), buscarán medidas para convertir la felicidad en una meta de gobierno.
Ministros del grupo de países promotores del Global Hapiness Coalition (Coalición Global de la Felicidad) suscribieron la Declaración de la Coalición Global de la Felicidad, liderada por Costa Rica, Portugal, Kazakhstan, Emiratos Árabes Unidos, Slovenia y México. @mgonzalezsanz pic.twitter.com/HzU4wYACu7
— Cancillería Costa Rica ?? (@CRcancilleria) February 12, 2018
Sí. Podría parecer una reflexión de Toño Esquinca en Alfa, con todo y ruiditos de fondo. Sin embargo es algo real… muy real. Tan estúpidamente real que la Ministra de Felicidad de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Ohud bint Jalfan al Roumi, presidió la firma y ya hasta señaló que la siguiente reunión de la Colación será en Costa Rica. (Vía: Reforma)
Y si usted, querido lector, piensa que la felicidad es algo sumamente subjetivo (o profundamente filosófico) como para andarlo midiendo, quizá no se equivoca del todo. Las encuestas que existen para hacer esas mediciones que colocan a México como uno de los países “más felices del mundo” han sido señaladas en múltiples ocasiones como poco severas, subjetivas y nada confiables.

Mediciones como esas tienden a no tomar a consideración contextos económicos y sociales que sesgan la respuesta de los encuestados. Desde sesgos por “cortesía” o vergüenza, hasta la mera definición de qué hace feliz a alguien… La atención que los organismos internacionales le han prestado en los últimos 20 años al desarrollo de la “felicidad” responde no tanto a la búsqueda de una mejor calidad de vida, sino a una lógica de producción.
William Davies, en The Happiness Industry hace un seguimiento histórico de cómo se ha medido y leído la felicidad desde el capitalismo: desde una curiosidad conductual en el siglo XVIII hasta una herramienta que incrementa la productividad en el siglo XX.
Empresas, individuos y, ahora, Estados, impulsan dinámicas sociales que apunten no a la mejora de la calidad de vida como resultado de la satisfacción de derechos básicos, sino de la “felicidad”.

Y es que, en realidad, contrario a lo que se pueda creer, el capitalismo vive de y por entre las emociones (basta ver un 14 de febrero cualquiera). No tanto porque ‘exploten’ nuestras emociones, sino porque sentimos y reproducimos patrones de consumo.
No es sorpresa, entonces, que los países “más felices” sean un grupo de pesos medianos: ni México, ni Costa Rica, ni Kazajistán o Portugal tienen políticas públicas en pro de la felicidad de sus ciudadanos, sino, más bien, tienen una situación cultural, política y social que lleva a sus habitantes a responder de cierta manera ante preguntas de autoconocimiento político.

En lo que se ‘define’ la ‘Coalición de la Felicidad’ por el mejor plan de acción para que todos anden con sonrisota en la calle, no nos queda más que reír sarcásticamente… como, de hecho, lo hemos estado haciendo toda la vida.