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Un 16 de octubre pero de 1854, nace Oscar Wilde en Dublín Irlanda, escritor, poeta y dramaturgo.

“Las únicas cosas bellas son las cosas que no nos interesan”, escribió Oscar Wilde en “La decadencia de la mentira” de 1890. Un año después conoció a Lord Alfred Douglas o “Bosie”, el hombre que se presentó como una de esas cosas bellas, pero que al cobrar importancia en la vida de Wilde, se convirtió en la sombra que habría de acecharlo durante el tiempo que pasó en prisión, el sitio en el que escribió “De profundis”.

“De profundis” es una larguísima carta (el único texto que los presos tenían permitido escribir), amarga e inconsistente dirigida a Douglas. En ella, Wilde deja ver a un hombre que no sólo ha sido encarcelado físicamente, sino también prisionero de sentimientos, reclamos y viejos recuerdos. Se había enamorado siendo uno y ese mismo amor, lo transformó en otro.

Se reclama a sí mismo el haberse permitido sucumbir -cita a Pater, “sucumbir es adoptar costumbres”- ante Douglas, dejarle que entrara en todos y cada uno de los aspectos de su vida, convirtiéndolo en un holgazán y un inútil, le reprocha que su vida junto a él fue estéril e improductiva, le dice que su vanidad lo llevó a la quiebra y a la cárcel.

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Quizás las palabras más inquietantes de la obra sean estas:

“Claro es que yo debía haberme deshecho de ti; debía haberte sacudido de mi vida, cual se sacuden las polillas de la ropa. En aquella la más maravillosa de todas las tragedias, nos cuenta Esquilo la historia del noble que criaba un leoncito en casa: le tenía cariño porque atendía con ojos brillantes cuando le llamaba y se frotaba contra él cuando deseaba comer. Y, al crecer el animal, descubrió su verdadera naturaleza, destrozó a su amo, su casa y todo lo que poseía. Ahora comprendo que yo era como ese noble.”

Esta frase resulta atemporal y además certera para el amor que vivió. Encontró a un hombre lleno de inocencia y le presentó la vida misma, cuando ese hombre hubo tomado lo que creyó necesitar y adquirió cierta malicia, empezó a antagonizar con Wilde, a demandar más: “No era preciso exponer tan claramente cual aquí lo hago, mis continuos esfuerzos por romper una amistad que me perjudicaba en mi arte, en mi posición social y hasta como miembro de la sociedad.”

Pero el tiempo que Oscar Wilde pasó en prisión y el desencuentro con su amante, le hizo experimentar sentimientos nuevos, terribles pero nuevos. Sufrir y experimentar dolor nos obliga a madurar y a entender a niveles más profundos nuestro ser. Wilde cita a Goethe: “Quien nunca comió su pan en dolor, ni se pasó, llorando y esperando la tardía mañana, las horas de la noche, ese os desconoce, potencias celestiales.”

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“De profundis” es, pues, un recorrido por la vida de un hombre que en su camino se halló una flor y decidió arrancarla, cuidó de ella y la regó, juntos vivieron episodios de felicidad, se interesó por la belleza de la flor pero cuando esta comenzó a marchitarse, también él se marchitó y la belleza se esfumó, dando paso al dolor y al duelo.

“Cuán lejos me hallo aún de la verdadera serenidad te lo demostrará claramente esta carta, con sus vacilantes y variables estados de ánimo, su desprecio y su amargura, sus anhelos y la impotencia de transformarlos en acción. Pero no olvides cuán terrible es la escuela en que me veo sentado ante mi tarea. Por muy imperfecto, muy incompleto que yo sea, mucho has de aprender todavía de mí. Quisiste que yo te enseñara el placer de vivir y el placer del arte; tal vez esté yo llamado a enseñarte una cosa harto más hermosa: el valor y la belleza del dolor. Tu amigo que te quiere, OSCAR WILDE.”.

Con estas palabras, Wilde se reconcilia con Douglas, con su pasado, con quien solía ser y con quien era llegado a ese punto. Encontró belleza en algo que a nadie le interesa: el dolor.

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