Hace una semana publicamos una nota que hacía el recuento de la triste –y ahora fallida– historia de Televisa-Iusacell-TV Azteca. Hoy, es muy posible que todos estemos un poco aliviados luego de que el jueves pasado, tras una negativa de Iusacell por aceptar el fallo, la CFC negara la posibilidad a Televisa de comprar el 50% de la telefónica.

Sin embargo, aunque el peligro real esté congelado, existe una verdad que late dentro de todos y cada uno de los televisores mexicanos. Las principales normas de la competencia están en desuso en gran parte de los mercados nacionales. En México existen numerosas ramas comerciales que se han aglomerado en las faldas de unos cuantos, basta pensar en Cemex, Maseca, Bimbo, Grupo México, Casa Saba, Femsa, Sabritas, Procter & Gamble, Kimberly Clark, Bancomer, Banamex, Telmex-Telcel, Televisa, TV Azteca, Cablevisión, Sky, Oxxo, etc., para darse cuenta de eso.

Recuerdo que cuando era pequeña, y las telenovelas siempre acaparaban la primera media hora del zapping del día; me impresionó mucho ver cómo en el 92, Lucía Méndez aparecía en la “señal Azteca” con su éxito Marielena, lo que le valió que Televisa la vetara durante 15 años.

Mi abuela y mi madre, de alguna forma me habían heredado esa visión de competencia acérrima que existía entre las dos televisoras. Una metáfora apropiada para hablar del tema sería la de dos polos iguales que atraen a la población pero que se repelían entre ellos.

Sabemos bien que eso no es más una realidad, en los últimos años, lo contratos de exclusividad de las televisoras, que de alguna forma configuraban la imagen de la competencia, se han diluido: las estrellas de ciertos shows exitosos pasan de un canal a otro, y quien fue el ícono de una televisora ahora es la estelar de la telenovela del horario predilecto en la otra. Ahí tenemos el caso de Silvia Navarro, antes “la cara de TV Azteca”, ahora un pez más en el mar de Televisa; o a Raquel Bigorra, quien tocó la cima –hablando en los términos de la dinámica de la televisión abierta mexicana y no en un sentido crítico– cuando ganó Cantando por un Sueño, en Televisa, y que ahora figura como juez –o-lo-que-sea– en Soy tu doble.

El economista francés, León Walras, en su libro Elementos de economía política, enumeró en 1877 algunos de los principios básicos de la competencia:

? La atomicidad del mercado: nadie es lo suficiente fuerte como para modificar los precios del mercado (?)
? Entrada y salida libre de la competencia en los mercados que continúan abiertos (?)
? La libre circulación de lo que favorece a la producción (?)
? Transparencia en la información sobre precios o técnicas (?)
? Los productos deben parecer fácilmente sustituibles: elegir uno o bien preferir otro como una posibilidad para el consumidor (?)

Sin duda, lo anterior, en cuanto a competencia, claramente no se cumple por ninguna de las dos televisoras: pueden aumentar el precio de la publicidad en un 20% de la noche a la mañana; los actores deben firmar contratos de exclusividad y pueden ser vetarlos; tienen los canales acaparados en un 95 por ciento; ambas televisoras ofrecen productos tan, pero tan, pero tan similares que no es posible elegir, cualquiera de las dos opciones tienen el mismo resultado.

Esto nos deja clara la ética comercial de ambas televisoras y su prehistórica tendencia hacia el monopolio, sin embargo, si se tratara de algún otro elemento en la tabla comercial de nuestro país, los peligros de su rama no superarían el congelamiento del mercado, pero bien lo sabemos, el monopolio de las comunicaciones genera un congelamiento social.

Poseer el cuarto poder, tener una influencia tan directa sobre las masas, les obligaría, en un mundo utópico –por el que debemos luchar– a tener una ideología compleja que existiera en función de sus posibilidades comerciales y también en función de sus posibilidades de acción social. Un medio ético, y un comercio en general, es aquél que busca crecer a la par que sus consumidores, es decir, enriquecerse mientras enriquece con su producto a quien se lo compra.

El hecho de que estos dos monstruos nacionales hayan decidido unirse económicamente, –aún cuando no se los hayan permitido– significa que sus ideologías, que sus cimientos también están unidos. Esto sin duda es algo que no necesitamos decir como “un hilo negro”, porque desde hace ya mucho tiempo que estos dos se asemejan a un espejo –al chango que imita sus gestos burdos frente al cristal– pero no hemos hecho mucho al respecto. Curioso que los dos programas que ocupan las noches de domingo en ambas televisoras se traten de imitaciones. Esto parece, sin temor a fantasear, una película de terror en la que lo malo se duplica hasta el infinito, tal como sucede cuando dos espejos se enfrentan.

Si de imitar, de encontrar iguales se trata, déjenme decirles que en el cristal negro de un televisor apagado también es posible reflejarse.

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